“Quiero que mi hijo con autismo sea feliz”

En nuestro trabajo, hemos escuchado a cientos de padres decir: “Yo tan sólo quiero que mi hij@ sea feliz…”

Imaginemos situaciones comunes que en cualquiera de nosotros generarían impaciencia, enojo y frustración: 1) llegar con prisa a un restaurante o a un banco y ver una inmensa fila de espera; 2) redactar un mensaje o correo urgente —al médico o a la escuela de nuestros hijos— y verlo desaparecer porque el celular o la tablet se quedó sin batería; 3) ser citado por nuestro jefe o superior porque algo no va bien con la labor que desempeñamos. Las tres problemáticas son distintas, pero el nivel de inquietud y estrés que pueden generar no es necesariamente proporcional a la gravedad del asunto. Cada caso está sujeto a particularidades específicas y varía de persona a persona.

Las soluciones que cada persona podría darle a cada uno de estos tres contratiempos están relacionadas, eso sí en todos los casos, con las herramientas que adquirimos desde casa y con que en el pasado ya hemos enfrentado situaciones similares y aprendimos a sufrirlas en menor medida.

Lo anterior es así para una persona neurotípica y no varía en el caso de una persona dentro del espectro, claro, si les permitimos vivir sus propias consecuencias para entonces, crear sus propias herramientas para subsanar el malestar inmediato ante estas cosas.

El llegar a sentirnos satisfechos y felices —más allá de las circunstancias de lo momentáneo—, implica que algún día aprendimos reconocer nuestros errores, a considerar al otro, a hacernos responsables de nuestros actos; evidencia, también, que un día fuimos rechazados, que sufrimos y perdimos cosas preciadas en el camino, que aprendimos a esperar, a escuchar a los demás y a ser escuchados.

Finalmente, esta satisfacción y esta felicidad, entendidas más bien como plenitud y no como capricho y satisfacción inmediata, dejan ver que logramos comprender que las situaciones de la vida no son exactamente como deseamos y que, a pesar de ello, estamos bien. Todo esto lo aprendimos a través de una estructura social y familiar que nos limita y a la vez nos brinda herramientas (autoconocimiento, respeto por el otro, capacidad de enfrentar emociones no placenteras, cuidado de nosotros mismos, control de los impulsos, sensación de satisfacción personal). Sería imposible haber aprendido todo esto sin restricciones y sin haber vivido las consecuencias de nuestros actos.

La felicidad no se construye en el vacío. El que una persona pueda hacer lo que desea en el momento que desea no necesariamente significa que sea feliz. Cuando una persona no sabe qué se espera de ella, cuando no se conoce a sí misma, cuando se le dicta únicamente lo que NO debe hacer, sin guiarla hacía lo que SÍ debe hacer, se presenta un alto grado de ansiedad que no nos habla de un panorama de felicidad.

Educar en libertad no es sinónimo de falta de límites. La libertad, y por lo tanto la plenitud, tienen que ver también con saber que no debemos pasar por encima de otros. La libertad, y por lo tanto la felicidad, están totalmente relacionadas con la autonomía y la independencia (sin importar la edad o la condición). Un niño o niña que no sabe qué sí debe y qué no debe hacer. Nunca podrá tomar decisiones respecto a su propia vida, dependerá siempre de que estemos ahí para redirigir su comportamiento.

Es importante que dejemos de tener miedo a decirle que no a nuestros hijos. Debemos reconocer que tenemos miedo a que no nos quieran y a que sufran, pero una vez que hemos reconocido estos dos grandes monstruos, toca ponernos manos a la obra, poner límites y dar estructura como lo haríamos si no tuviera una condición. Aplicar límites a una persona dentro del espectro autista, desde luego no será tan sencillo, pero de ninguna manera es imposible.

Una persona con autismo y con cualquier otra condición merece que le brindemos todas las herramientas posibles para poder, algún día, tomar decisiones sobre sí mismo. Privar de esto a una persona con alguna condición significa negarle la oportunidad de adquirir todos estos aprendizajes y, por lo tanto, significa privarlo de ser independiente, responsable de sí mismo y, por ende, privarlo de ser pleno.

Decir “Yo quiero que mi hijo sea feliz”, no es desear poco. Pero para que esto sea una realidad, debemos reconocer el papel tan importante que como padres y educadores cumplimos en este proceso. Su felicidad no es una reducción, no es conformarse. Para que sean felices no debemos entonces dejar que hagan tan solo aquello que su impulso inmediato les dicta, para que sean felices necesitan nuestra guía y compañía, necesitan equivocarse y, sí, sufrir. Deben aprender a reconocer sus errores, conocerse y saber que algunas de sus acciones pasan por encima de sus hermanos, padres o compañeros; deben saber que ciertas cosas no están permitidas, no porque así lo digamos, sino porque eso les permitirá ser más autónomos, respetando al otro. Deben entender lo que son y lo que no son, como todos nosotros lo hicimos en algún momento, y para eso debemos aceptar su condición y ponernos a trabajar, sin considerar que TAN SOLO deben ser felices. El que un niño o niña lo pueda todo significa que en su momento lo educamos para ser parte de ese todo.

5/5

Artículos Recientes

Regreso a clases

Por el título y en automático, podríamos pensar que la ansiedad a la que me refiero que da el cambio en el regreso a clases,

Leer más »